La vida moderna implica pasar múltiples horas diarias observando monitores digitales para trabajar, estudiar o entretenerse. Esta exposición continuada puede generar consecuencias notables para el bienestar visual que frecuentemente pasamos por alto hasta sentir incomodidad.
Durante la observación prolongada de pantallas, nuestros ojos realizan un esfuerzo adicional considerablemente mayor. La emisión de luz azul por parte de los dispositivos electrónicos, sumada a la necesidad de mantener la atención en una distancia invariable, puede ocasionar tensión ocular significativa.
Un aspecto relevante es que al concentrarnos en el trabajo digital, nuestro ritmo de parpadeo disminuye naturalmente. Esta reducción afecta la generación de lágrimas naturales y puede derivar en resequedad ocular, lo cual produce irritación y malestar general. El inconveniente se acentúa en espacios climatizados donde la humedad ambiental es reducida.
La posición incorrecta respecto a la pantalla, el exceso de luminosidad del monitor, y una iluminación ambiental deficiente son elementos adicionales que favorecen la aparición de fatiga visual digital, impactando no solamente en la sensación de comodidad sino también en el rendimiento laboral y la calidad de vida.